viernes, 7 de diciembre de 2007

LA LÓGICA DEL ABSURDO

El ser humano es básicamente un aparato transmisor.
No solo en lo referente a su genética y costumbres sino que, en la actualidad, es un transmisor de la tecnología.
Los teléfonos celulares ejemplifican lo anterior con suficiencia.
Sin embargo, también transmitimos ideas, no siempre muy afortunadas.
Nos enseñan o nos dicen algo y prácticamente nunca cuestionamos aquello que escuchamos y, así, lo transmitimos.
Si un líder de opinión --sin importar su grado de imbecilidad-- dice algo, la gente lo cree a pies juntillas.
Y además, lo transmite.
De esta manera, alguien dijo que había que prohibir el humo del tabaco y la transmisión fue rápida y concisa.
Hoy, los fumadores son técnicamente unos delincuentes.
Pero, ¿alguien se ha puesto a pensar que las mismas autoridades que prohiben fumar permiten los vehículos a diesel?
¿No son los mismos que tienen y mantienen un aeropuerto absolutamente toxico --y mortalmente peligroso-- en medio de la ciudad?
¿No son los mismos que promueven la venta de automóviles y gasolinas?
¿No resulta ridículo que en la mesa de junto un tipo se meta nueve cubas y yo no pueda fumar un cigarrillo porque soy un peligro para la salud?
Pero tiene su lógica.
Porque es absurdo.
Coartar la libertad ciudadana no mejora a los pueblos.
Jamas.
Así se empieza, por prohibir cositas aparentemente sin importancia y por el bien de todos y es una buena manera de polarizar --aún más-- a la población..
Yo le exigiría a los señores diputados que votaron a favor de la ley antitabaco que dejen de usar sus automóviles que contaminan cientos de veces más que un fumador.
Y a sus esposas y las señoras que se aterran cuando alguien saca un cigarrillo les diría que dejen de utilizar sus ridículos camioncitos que nada más queman y queman combustibles fósiles, altamente cancerígenos y que NADIE se atreve a cuestionar.
Esta bien proteger la salud de la población, pero prohibir el humo de tabaco en la Ciudad de México es el equivalente a prohibir los fuegos pirotécnicos en las inmediaciones de Chernobyl.
Sin embargo, la gente aplaude la medida y, una vez más, el absurdo impone su lógica.

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